martes, abril 08, 2008

.tome PIN y haga PUN!

me sigo mostrando atraido por el campo gravitacional de nuestro planeta.
y me caigo de las sillas y bancos de lugares públicos.
todos los dientes siguen en su lugar.
la dignidad se recobra en dos toques.
lo asumo como filosofía personal llevada al hecho.

plop!

.yodovisiones

creo que tengo 15 minutos de lucidez durante el café** de la tarde.

**también quita lo emo-rock en mi, según dicen fuentes confiables.

.la cáscara dura resquebrajada

el duro ejercicio de dividirse, partirse, destruirse, construirse y pensarse:
"X" sabía que no le quedaba más que una ventana para conversaciones sosas,
consultas vanas, lo que él llamaría sandeces. Poco quedaba de lo que vio en un bar y nunca llevó a cabo, se había convertido en un fantasma que sólo aparecía en la esquina izquierda de su cerebro.
En el taller mecánico, todo era engrasar ejes, llevarse bien con los otros mecánicos, codearse y cada cierto tiempo ocultarse bajo la tapa del motor para dedicarse a sus esculturas de arandelas y bujías bajo el bombillo, oculto por la penumbra del motor y una bodega mal acomodada.
En la zona norte se hablaba de las esculturitas engrasadas, flexibles, etéreas... un blog describió su obra como nihilista: pero en el taller mecánico nadie hablaba de eso, sólo de las partes, el motor, una mufla, un chasis, un corto eléctrico, el alternador malo, o la forma en la que aquel tipo mediocre había dejado ese motor brillante, sonando bonito.
Salió al medio día tomó el bus que lo llevaba Guardia, el barrio viejo, de portones, alambres navaja y baches, estaba a punto de llover. Vió a su mamá que salía corriendo a una inapelable cita médica, su abuela le describía la futura cocción de un par de monstruosos chiverres que estaban en el patio, pero eran tantas cosas las que giraban en su cabeza que nada lo hacía concentrarse en el momento, se había detenido a almorzar pero su cerebro se seguía moviendo... el efecto físico de la inercia.
Alzó a su hijo, sólo unos minutos, porque sabía que ya debía volver al mohoso taller; conversaba con él y se percató del montón de ideas y palabras que articulaba, cada 30 días eran medio tomo enciclopédico del diccionario académico español, -ojalá haga figuritas con tuercas cuando sea grande- pensó -figuritas mejores que las suyas, con más palabras-.
Y veía por la ventana los chiverres gigantes sobre la mesa del patio enrejado, y escuchaba la articulación de todas las palabras y apagó las noticias porque eran basura trágica y el cerebro le gritaba, sentía dolor de cabeza, un zumbido en los oidos y de repente un caldo empezó a emanar del chiverre más grande... un líquido viscoso se derramaba por la mesa, su abuela acongojada recogió el chayote que se despedazó en sus manos.
El contenido se había deshecho, el olor era rancio, la cáscara dura resquebrajada y un baboso contenido se desbordaba, habían semillas grandes y fluido amarillento...
Estaba inquieto por el asqueroso desastre, tenía que volver al taller. Regresaría más tarde para ver el barrio viejo despúes de la lluvia, con el mejor celaje nunca antes visto entre cables electricos, árboles enfermos llenos de rocío y pornografía del color con tonos naranja.